Entró en el almacén y divisó en el fondo de la nave al encargado que lo había avergonzado días atrás. Se dispuso a vengar tamaña afrenta, quitando el freno a uno de los carros cargados de mercancía hasta arriba. El carrito se había convertido en un bólido gracias a la ley de la gravedad, y al empujón que le había dado el ahora malvado Horacio, claro. Cuando el encargado se dió la vuelta al oir el jaléo que había, el carro impactÓ contra su cuerpo aplastándolo contra la pared. Tres compañeros acudieron a socorrerle temiendo lo peor: aparte del golpe, la mercancía lo había sepultado. Una vez liberado de aquellos pesados bultos, vieron que estaba vivo, pero tenía las dos piernas destrozadas y respiraba con dificultad.
Asustado, salió agachado de donde había partido el carro para que no le relacionaran con el accidente, y fué corriendo a llamar a una ambulancia. Cuando colgó el teléfono, salió para fuera con una sensación de poder que no cabía en su cuerpo.
Todos los trabajadores prestaron declaración antes de volver a sus casas, pues la tienda había cerrado por el incidente. Pero él no quería volver a su casa, en esos momentos estaba en pleno éxtasis: gente que le ignoraba y odiaba, ahora le respetaba y temía, y los enemigos de su camino, estaban empezando a desaparecer, tal y como habían descrito las señales; las tres señales para ser mas exactos.
Esa noche al llegar, repitió el numerito de despertar a la madre para que le sirviese la cena, pero añadiendo un par de collejas para que se levantase más rápido. Ironías de la vída, hasta hacía dos días, siempre había intentado no hacer ruido al llegar para despertarla, y ahora mírale...
Estaba tan entretenido recordando su actuación de aquel día y planeando acciones similares contra otros compañeros, que casi no se entera de que llegaba el momento de su signo. Con la misma voz profunda de la primera vez, ésta vez la señal, (la cuarta señal para ser mas exactos) se dejó oir diciendo: «mañana tendrás el descanso que mereces; tu número de la suerte será el 23; procura sonreir». Genial, mañana descanso; la verdad es que ser gilipollas era mas cansado de lo que él creía.
Al despertar, recordó las palabras pronunciadas por aquella «vidente», y decidió no ir a trabajar por la mañana, para tomarse en serio lo del descanso, y lo primero que hizo fué gritarle a su madre para que le trajese el desayuno. Más tarde, se preparó para salir a la calle, y al cruzar la puerta recordo otra de las premisas del mensaje: «procura sonreir». Sonriendo como nunca lo había hecho, se dispuso a cruzar la calle sin darse cuenta de que no estaba en el paso de cebra, y acto seguido una mole de color rojo lo arrolló sin darle tiempo ni a ver lo que ocurría.
Toda la gente que pasaba por allí en aquel momento, pudo ver la desagradable escena. Todos menos una señora que acababa de salir de un portal cercano. Al preguntar lo que había ocurrido, una anciana que había observado muy atenta la escena, le relató que el chaval había cruzado sin mirar, que no había oído los gritos de advertencia de los transeúntes, y por último pero no por ello menos importante, que el autobús de la línea 23 lo había machacado literalmente, y que cuando fueron a ver si aún estaba vivo, de su maltrecha y aplastada cara, no se había borrado aquella sonrisa ni el gesto altivo y de superioridad que llevaba.
Y ahora la dejo señora mía, dijo la anciana, que llevo toda la noche trabajando en el tele-horóscopo, y estoy deseando ir a dormir algo para ir con mas fuerzas esta noche, que todavía queda mucho gilipollas suelto.
Una vez mas, las señales habían sido certeras: «mañana tendrás el descanso que mereces; tu número de la suerte será el 23; procura sonreir».
Aquella había sido, por desgracia para él, su última señal... la señal de la santa cruz. La señal de nuestros enemigos. Líbranos señor, dios nuestro. En el nombre del padre, del hijo, y del horóscopo.