martes, 9 de febrero de 2010

SEÑALES - tercera parte - final



Entró en el almacén y divisó en el fondo de la nave al encargado que lo había avergonzado días atrás. Se dispuso a vengar tamaña afrenta, quitando el freno a uno de los carros cargados de mercancía hasta arriba. El carrito se había convertido en un bólido gracias a la ley de la gravedad, y al empujón que le había dado el ahora malvado Horacio, claro. Cuando el encargado se dió la vuelta al oir el jaléo que había, el carro impactÓ contra su cuerpo aplastándolo contra la pared. Tres compañeros acudieron a socorrerle temiendo lo peor: aparte del golpe, la mercancía lo había sepultado. Una vez liberado de aquellos pesados bultos, vieron que estaba vivo, pero tenía las dos piernas destrozadas y respiraba con dificultad.

Asustado, salió agachado de donde había partido el carro para que no le relacionaran con el accidente, y fué corriendo a llamar a una ambulancia. Cuando colgó el teléfono, salió para fuera con una sensación de poder que no cabía en su cuerpo.

Todos los trabajadores prestaron declaración antes de volver a sus casas, pues la tienda había cerrado por el incidente. Pero él no quería volver a su casa, en esos momentos estaba en pleno éxtasis: gente que le ignoraba y odiaba, ahora le respetaba y temía, y los enemigos de su camino, estaban empezando a desaparecer, tal y como habían descrito las señales; las tres señales para ser mas exactos.


Esa noche al llegar, repitió el numerito de despertar a la madre para que le sirviese la cena, pero añadiendo un par de collejas para que se levantase más rápido. Ironías de la vída, hasta hacía dos días, siempre había intentado no hacer ruido al llegar para despertarla, y ahora mírale...

Estaba tan entretenido recordando su actuación de aquel día y planeando acciones similares contra otros compañeros, que casi no se entera de que llegaba el momento de su signo. Con la misma voz profunda de la primera vez, ésta vez la señal, (la cuarta señal para ser mas exactos) se dejó oir diciendo: «mañana tendrás el descanso que mereces; tu número de la suerte será el 23; procura sonreir». Genial, mañana descanso; la verdad es que ser gilipollas era mas cansado de lo que él creía.

Al despertar, recordó las palabras pronunciadas por aquella «vidente», y decidió no ir a trabajar por la mañana, para tomarse en serio lo del descanso, y lo primero que hizo fué gritarle a su madre para que le trajese el desayuno. Más tarde, se preparó para salir a la calle, y al cruzar la puerta recordo otra de las premisas del mensaje: «procura sonreir». Sonriendo como nunca lo había hecho, se dispuso a cruzar la calle sin darse cuenta de que no estaba en el paso de cebra, y acto seguido una mole de color rojo lo arrolló sin darle tiempo ni a ver lo que ocurría.

Toda la gente que pasaba por allí en aquel momento, pudo ver la desagradable escena. Todos menos una señora que acababa de salir de un portal cercano. Al preguntar lo que había ocurrido, una anciana que había observado muy atenta la escena, le relató que el chaval había cruzado sin mirar, que no había oído los gritos de advertencia de los transeúntes, y por último pero no por ello menos importante, que el autobús de la línea 23 lo había machacado literalmente, y que cuando fueron a ver si aún estaba vivo, de su maltrecha y aplastada cara, no se había borrado aquella sonrisa ni el gesto altivo y de superioridad que llevaba.

Y ahora la dejo señora mía, dijo la anciana, que llevo toda la noche trabajando en el tele-horóscopo, y estoy deseando ir a dormir algo para ir con mas fuerzas esta noche, que todavía queda mucho gilipollas suelto.

Una vez mas, las señales habían sido certeras: «mañana tendrás el descanso que mereces; tu número de la suerte será el 23; procura sonreir».

Aquella había sido, por desgracia para él, su última señal... la señal de la santa cruz. La señal de nuestros enemigos. Líbranos señor, dios nuestro. En el nombre del padre, del hijo, y del horóscopo.

sábado, 6 de febrero de 2010

SEÑALES - segunda parte



Al llegar, esquivó la máquina de café en la que solían estar «los otros», y se fue directamente al almacén; no quería enfrentarse con todos a la vez hasta saber hasta donde podía llegar el poder de las señales. Como siempre, el jefe del almacén le empezó a gritar a «él», porque «otros» habían dejado la tienda sin recoger. Muy a su pesar, Horacio encajó la bronca sin poder abrir la boca. Tal y como temía, la señal no había sido suficientemente poderosa, y una vez abroncado, se dirigió a la parte de atrás del almacén. Allí trabajaban a ritmo frenético dos chicos nuevos. En ese instante, se dijo a si mismo que quizás había empezado muy fuerte intentando enfrentarse a «los otros», y decidió poner en práctica su plan con aquellos dos pipiolos. Recordaba de nuevo la frase, pero como todavía no se atrevía con sus enemigos de verdad, quería saber si sería capaz de ser «gilipollas» con ellos.

Como había aguantado infinidad de broncas en su vida, no le costó recordar de cabo a rabo una cualquiera de ellas, y transmitírsela a voz en grito a sus victimas. La gente que ya comenzaba a entrar en el almacén, llegó cuando la bronca estaba en pleno apogeo, y sin duda alguna, daba igual que los chavales hubiesen hecho algo mal o no, pues lo que importaba era que por una vez en su vida, Horacio estaba al otro lado de la bronca. Cuando acabó y se dio la vuelta para marcharse, todos los ojos que había allí le seguían sin poder creer lo que estaban viendo. ¿Qué pasaba con el «pringao» oficial de la empresa? ¿A cuento de qué, estaba montando aquel pollo?¿Acaso le habían ascendido?. Por si acaso, todos tomaron buena nota de lo que había pasado.

Podían haber ocurrido dos cosas: una, que se le hubiese ido la pinza de todo, ó dos, que alguien lo hubiese enchufado y le hubiesen dado un puesto superior. Por si acaso, a partir de ese momento, tendrían que cambiar su actitud para con «el ex-pringao»; nunca se sabe a quién podía conocer en la planta de arriba.

El resto del día, transcurrió en incontables conversaciones que se cortaban momentaneamente cuando él llegaba, en miradas que se apartaban a su paso... Sea lo que fuese que estaban hablando de él, no importaba, lo que importaba es que ya no era invisible a los ojos de los demás, como hasta entonces.

Al llegar a casa, esperó nervioso el momento del tele-horóscopo y su signo en particular. Una vez más, aquella voz profunda narraba su futuro, enviando una nueva señal a nuestro amigo, la segunda señal, para ser mas exactos: «Mañana, será un gran día tu vida, pues gente que te ignoraba u odiaba, ahora te respetará y te temerá.».

Al día siguiente, al llegar al trabajo, sus compañeros estaban en la máquina de café. Siempre bajaba la vista al llegar a su altura, pero en esa ocasión tuvo que mirar... por que le habían llamado; y por su nombre. Nada de «anormal», «pringao». Ninguna de las lindezas a las que estaban acostumbrados. Sin duda, el trato que le había infligido a sus «inferiores» y la duda de su ascenso y sobre todo, de su posible «padrino», habían elevado su categoría y ya podía codearse con los gilipollas. Claro, ya está: otra señal. La segunda señal para ser mas exactos tenía razón: «Mañana, será un gran día tu vida, pues gente que te ignoraba u odiaba, ahora te respetará y te temerá.». Efectivamente, se había convertido en «gilipollas-oficial ». Genial. Nunca pensó que llegaría tan lejos. Si lo viese ahora su padre, estaría orgulloso de ver a su hijo.

La monotonía empezó a apoderarse de Horacio, en el exacto momento en que se le acabaron los «inferiores» para abroncar, y se le pasó por la cabeza el empezar a quitar estorbos de su camino.

Con ese turbio pensamiento, regresó a casa. Al llegar, se le ocurrió otra brillante idea: despertar a su madre para que le calentase la cena. Irrumpió a gritos en la habitación de la pobre mujer, la cual no había oído nunca a su hijo berreando, y muy asustada, se levantó inmediatamente a hacer lo que éste reclamaba.

Una vez hubo cenado, se dispuso una vez más a oír su futuro. La voz, que ya no sonaba tan profunda como las dos primeras veces pero sí igual de contundente, proclamó: «mañana será el día perfecto para poner en práctica tus planes», eso es todo lo que quería oír, las señales una vez más se mostraban claramente; la tercera señal, para ser mas exactos.

Amaneció de nuevo con la inquietud de saber lo que pasaría, y se dirigió al trabajo una vez más despreciando el café mañanero, pues ya lo mantenía despierto y alerta el «poder» que le otorgaban las señales.

jueves, 4 de febrero de 2010

SEÑALES - primera parte



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SEÑALES

PRIMERA PARTE

Horacio era un tipo que había pasado de ser un pobre hombre acosado por gilipollas, a convertirse directamente en uno de ellos, quién se lo iba a decir. Se había saltado el paso de ser normal en algún momento. Y sería interesante ver en que punto de su vida había ocurrido tal cosa, pero no vamos a revisarla desde la primera papilla. Ese tema puede dar hilo para una historia mas larga, así que, dejémoslo para otro momento.

Aquel día, había vuelto a casa como cualquier otro día. Había cenado como siempre, lo que le había dejado su madre hecho en el horno. Frío, como siempre. Había visto la tele hasta quedarse dormido. Hasta ahí todo igual de lineal que siempre. Pero cuando despertó con el hilillo de baba, ese momento justo en el que estás empezando a ser feliz en tus sueños, pero tu cuerpo pierde el control y se deja ir, en ese momento exacto, su vida empezó a cambiar. Como siempre, el mando a distancia se lo habían robado los enanitos que te roban el mando cuando te quedas dormido, y no aparecía. Así que, no le quedó mas remedio que ver lo que estaban emitiendo a esas intempestivas horas. Nada más y nada menos que el horóscopo de las tantas, como tantas otras veces; pero en ésta ocasión había tenido suerte. Normalmente cuando despertaba, los avatares de su destino ya ha habían sido predichos, de hecho, nunca le había coincidido el «dulce» despertar, con el momento en el que la «Sacerdotisa" televisiva leía unas líneas. Palabras sin duda escritas por guionistas, pero que a él le sonaban como música celestial: «mañana será un día diferente para tí, te encontrarás con las fuerzas suficientes para luchar contra tus enemigos».

Cuando se despertó a las pocas horas para ir a trabajar, aquellas dos frases se repetían en su cabeza como un eco: «mañana será un día diferente para tí, te encontrarás con las fuerzas suficientes para luchar contra tus enemigos». Aquello había sido, sin duda, una señal. La primera señal, para ser más exactos. Salió de casa sin haberse bebido el café que su madre le había dejado preparado. Imaginaba que estaría frío, como siempre. El caso es que solo eran las ocho de la mañana, y su vida ya había cambiado, no estaba haciendo lo de siempre, su vida ya no era un bucle, y todo gracias a la señal.

Se dirigió al trabajo ansioso de ver lo que le deparaban los astros con respecto a sus compañeros.